2.17.2010


Desde que el bisabuelo materno y paterno junto a la bisabuela materna y paterna llegaron nadie de la familia había tenido tal exposición ni tampoco tal inferencia en el hacer cotidiano del país que vinieron a construir desde bien abajo, desde el lugar de los explotados (poco había cambiado). En las altas cumbres donde la palabra se escribe con la pluma de un cóndor, él sentía (y sabía) que todavía escribía con la piedra que desde hace miles de años se erosiona con el correr del arroyo al pie de la montaña. Además, no es tonto, y sabe que cada vez que agarra la piedra se le mojan los pies porque aún no tiene la capacidad de evitarlo.
Sin embargo, todo indica que él ve todo desde arriba y siente en el cuerpo el cansancio de subir una montaña, aunque carga con el peso de haber trepado sólo un cerro, uno de los pequeños. (A veces piensa en un morro, para agregarle la alegría brasileña --¿o brasilera? Ahí están la pluma y la piedra, otra vez--. Hasta que comienza a desentramar y, otra vez, sabe que la alegría de los morros está más para el dicho popular que para sus habitantes). Si mañana escribiera lo mismo ya no estaría de acuerdo. Y si revisara lo que escribió encontraría errores o los encontraría el primero en leer. En fin, todo era un gran tetris. Cuando lograba, con esfuerzo (con mucho), construir un bloque de piezas que encastraran (piezas que eran anhelos, sueños, logros), todo se desvanecía y había que empezar de nuevo. Todo lo anterior es nada. Todas las letras de ayer están en el tacho de hoy. Hay que armar un tetris de letras, otra vez. Un tetris de sueños, también. ¿Por qué? ¿Quién lo exige? Él, tú, ustedes, los que no hacen nada porque cambie el tetris y los que hacen algo pero con las viciosas piezas del error, con piezas podridas que sólo les dan puntos a unos pocos.
Ojalá estallara todo el maldito juego. Ojalá el cerro fuera su montaña. Ojalá respirar, caminar, observar, beber, comer, compartir y reír volvieran a ser las cosas más importantes que todos tuvieran que hacer. Quien lo encuentre (¿a él? ¿al mundo? ¿al lugar?) que tire la primera piedra.