8.21.2007

Subrayando




Todo es más sencillo, más rápido, con menos esfuerzo. Tic - tic, ya está.
Un par de caracteres en un mail, en un mensaje de texto. Motorizar los dedos para marcar ocho números, ahora, pueden ser diez según el caso.

Sin embargo hay líneas que no se cruzan, líneas que no se superan, líneas que no se conectan, interferencias. Líneas que atraviesan a una persona, que recorren su persona sin que las logren interpretar. Líneas que nunca logran atravesar.

La comunicación entre las personas puede graficarse como una línea que conduce lo que alguien dice hasta donde alguien interpreta. Pero qué se dice, porqué se dice, a quién, cómo lo recibe, cómo lo asimila, cómo lo transforma en un nuevo significado que hace que la línea vuelva sobre sus pasos sin ser ya la misma.

Aferrándonos a los tiempos que corren. El mundo debería estar rayado. Más aun, subrayado. Y a pesar de los miles de canales nuevos para transmitir lo que uno quiere decir y así "rayar y subrayar el mundo" todavía hay líneas que no llegan.

A Gandolfo no le gustaba esperar el colectivo de línea que lo llevaba, él iba calle a buscarlo calle arriba. Gandolfo llegaba hasta una de las esquinas potenciales de encuentro y aguardaba unos segundos antes de ponerse de puntas de pie para fijar la mirada y buscar el 238 en el horizonte. Si el 238 no se expandía ante sus ojos, entonces sí ponía las manos en los bolsillos, formaba una huequito con los labios, empujaba con la lengua hacia abajo, soplaba y el silbido lo acompañaba en la búsqueda.

Alguna vez llegó a plantearse el porqué de parase en puntas de pié si no había ninguna pared que le impidiera ver, y la calle se extendía horizontal. Luego de varias cuadras sin lograr el encuentro con el colectivo llegó a una conclusión.
Esa posición le daba mayor seguridad a lo hora de ver qué se avecinaba, quizás por la misma razón por lo cual la gente se resguarda en una mirada suprema, funde todos sus dedos, mira al cielo y pide misericordia por un futuro en el que no se creen protagonistas y dejan la horizontalidad con lo que ven su realidad y con la que la ve, de la misma manera, quien tienen al lado y los puede llegar a comprender.

Nunca contó aquella conclusión a nadie. No esgrimo siquiera una línea de aquella teoría callejera.

Nadie supo nunca de esa conclusión y de tantas otras a las que había llegado. Otras no tan abstractas, otras que hablaban de la relación con sus amigos, con su familia, con la mujer a la que amaba.

Nadie lo supo ni en 3 mil llamadas telefónicas, diez mil mensajes de texto, ocho mil mails, once mil sesiones de chat, no tantas reuniones con mate, tampoco en unas tantas más reuniones con cervezas.

A veces pensó que algunos quisieron transmitirle aquellas palabras, aquellas breves líneas que decían mucho en sencillas expresiones de afecto, muecas, risas, palmadas. Él estaba seguro que una vez logró transmitir una de sus conclusiones en un abrazo, aunque nunca lo pudo comprobar.

A pesar de molestarse por la falta de estos mensajes más "corporales". También supo amargarse por un mail, una llamada, un mensaje que hubiese valido más que los otros miles, de haber llegado a tiempo. Hubiese valido un abrazo.

Una ráfaga de ira lo hizo pensar que incomunicarse podía ser la manera de comunicarse.

Esto tampoco lo dijo, ni lo expresó nunca. Pero siguió esforzándose por recibirlos alguna vez, por establecer líneas de comprensión que van más allá de alguien que habla y otro que escucha y llegan a un abrazo que habla y un oído que escucha, un oído que "piensa", siempre. Aunque el espacio horizontal que los separa sea muy distante.


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Buscando la imagen para este texto encontré la tapa del "Libro de los abrazos" de Eduardo Galeano. Libro que no leí pero gracias a está búsqueda logré leer algunos versos o pequeños relatos colgados en internet. Aquí dejó un relato para acompañar el texto que escribí y dio origen a este nuevo encuentro.

Celebración de la amistad

En los suburbios de La Habana, llaman al amigo mi tierra o mi sangre.

En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave: pana, por panadería, la fuente

del buen pan para las hambres del alma; y llave por...

-Llave, por llave -me dice Mario Benedetti.

Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él

llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de

cinco amigos: las llaves que lo salvaron.


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