10.25.2008


Esa noche, estaba más incómodo de lo que debería estar por el simple hecho de volver a encontrarla: los zapatos le apretaban, porque evitaba perder tiempo en comprar unos nuevos, y la bragueta no hacía tope, porque estaba más gordo que la anteúltima vez que la había cerrado (descontando las veces que fue al baño en ambas fiestas) .

Sin embargo, se comporto como lo tenía previsto: le sonrió, la abrazo, comenzaron a caminar y hablar.

Repetidas veces había soñado con una ciudad desierta de gente, pero repleta de parques, ríos, librerías, museos, recobecos de sombras de soles y de resplandores de lunas, de infinitas cuadras a descubrir/se para él y ella que, en la más dulce compañía, se mantenían a distancia. Esa distancia, en la que la electricidad de no saber si es momento de un segundo abrazo, de estrechar las manos o de disfrutar paso a paso, es lo único desagradable.

Porque los zapatos estaban muy apretados, se los quitó mientras ella preparaba el té en la cocina. Porque la bragueta imitaba el gesto del hombre que intentó batir el record de resistencia bajo el agua, le dio respiro. Porque a los pocos minutos observó que le faltaba quitarse la camisa y a ella nada... Recordó por qué se había interesado en mantener entre sus pensamientos la estrechez de unos estúpidos zapatos.

¿Y capo?... Decíme que sí ¡Grande campeón! Pensaba en las reacciones de sus amigos sólo para torturarse más. Incrédulo como un cura que se encuentra a dios y da cuenta de que en realidad existía y con él, el fin de su trabajo de guía turística en el viaje de la fe... Y ya sin camisa, se mantenía atónito ante la creación divina que no esperaba descubrir. Minutos después, entendería que la única manera de saciar a la divinidad era pecando, y algo haría para dejar atrás su "quietálisis".

Sino, la boca no falla. Realmente disfrutaba de hablar y reír incontables horas: perdiéndose entre divagues y calles, recuerdos y parques, confesiones y playas, silencios y mates.

De un momento a otro, el sueño termina, la cuchara tiene el último pedazo del postre, el agua de la ducha deja de salir caliente, y los caminantes se despiden besándose y pensando en que se volverán a cruzar. Mientras tanto, jugarán con el destino como si alguien pudiese cambiar el rumbo de las vías o como si fuese una montaña rusa.

Mientras tanto, se alimentan con el deseo de lo potencial.

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