1.03.2008

Artificios o jugarse a fuego


En los últimos pasos sobre el piso sucio del tren, últimos pasos en su lugar de trabajo sucio, trabajo "en negro" que para algunas gentes de por aquí parece tener un meta significado, aparte del obvio que se desprende de su antítesis simbólica: el blanco es bueno, es limpio. En esos pasos ya agobiados, difíciles porque los ojos se le van rindiendo al cansancio y al alcohol, que parece fortalecerlo y a la vez, lo pone en evidencia torciéndole la boca que se pone arisca y no deja que la modulen fácilmente. En esos pasos, frena; y enfrenta a quien puede ser el último cliente del día para vender una billetera; buscando, paradójicamente, llenar la propia.
El cliente levanta la cabeza, la perfila hacia el rostro del vendedor, le fija los ojos, mueve la cabeza negando al mismo tiempo que levanta el brazo y el pulgar, sin duda, parece que un: No, gracias; podría haber sido más útil. Pero el cliente no buscaba utilidad, no le interesaba la relación en la que lo ubicaba por lógica esta sociedad e intentaba romperla con un gesto más humano, menos comercial, menos no de este mundo sino de este momento histórico.
El hombre del caminar difícil, ese hombre que para muchos es un "buen hombre" un tipo "humilde pero honrado", porque en lugar de tener un "plan" sale a trabajar, y depués, bueno, que se arregle como cualquier tipo honrado que "si trabaja en este país no es pobre". "Cada uno su quintita", se escucha otras veces; "el que no se construyó una casa entre 1978 y 1983 es, por lo menos, un tonto, porque había plata (dulce) por todos lados", dijo un hombre hoy en la fila del colectivo, sin tener en cuenta que algunos "tontos" quisieron construir algo más que una casa, que "su quintita".
En el tren, el "vendedor" entendió la intención de quien para él no podía dejar de ser un cliente, quizás uno solidario, pero cliente al fin y lanzó en voz alta y no clara: "El fuego no se quema. Hay que poner las manos sobre el fuego, para darse cuenta de que somos combustibles".

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