7.13.2008

entresueño


Después de más de trecientas mañanas,
sentí que si no habría los ojos, dilatados
por el rayo de sol que entraba desde la
perciana, y me incorporaba cuidadosamente:
antes de quedar sentado sobre el colchón
mi nariz fría sería la primera agraciada
en reencontrarte, chocando contra tu
panza cálida.

Apretaba los párpados como si la fuerza
que ejercía sobre ellos fuese
proporcional a las posibilidades de que
la premonición se hiciera realidad. Ya
podía ver tu piel dorada por encima del
ombligo enmarcado entre dos surcos en
sombras que terminaban en la oscuridad
profunda, generada entre el algodón
blanco y la parte inferior de tu vientre.

En esos chiclosos segundos recordé que el
ruido de las llaves que nunca dejé que me
regresaras, me habían llevado
del sueño a este incierto
entresueño. Entonces, era así, tenías que
estar enfrente mío, sentí tus piernas
aferrandose a las mías, sábana mediante.
Los ojos se revelaron para descubrir la
verdad...La desazón me tumbo en el lecho
otros cinco minutos, pero ya con los ojos
fijos en el techo.

El ruido de la silla de chapa
arrastrandosé sobre las piedritas del
patio logró levantarme. El perro debería
estar aburrido y con hambre...Pero no,
eras vos acomodándote a la espera de que
yo llegará hasta el patio a ver como la luz
jugaba en tu cuerpo, confirmando mi
presentimiento. Aunque sólo para
torturarme, otra vez, con los por qué ya no
calentaba mi nariz en tu panza, cada
mañana.

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