3.26.2008

Murguera


¡Tico! ¡Tico! así lo llamaba su padre, en esas tierras donde la ch
del ¡che! Se transforma en la t del Tú.
-¿Y tú qué estás haciendo Tico?- solía indagarlo antes de arrimar
una silla y abrazar el tambor con sus piernas.

El padre deTico no amaba mucho el candombe pero lo había
adoptado después de que la cumbia lo dejó y lo alejó de su país.
En realidad, lo que lo llevó al autoexilio junto a su hijo fue que
la morena de fuertes ojos verdes lo dejó. Ella llamaba Tico a su
hijo, y aunque en el Uruguay la t se reconvertía en ch, su padre
mantenía ese apodo para no terminar de olvidarla.

-¿Y tú que estás haciendo Tico?
- Soy Francescoli. Vos me compraste la del Wanderers!
- Después juegas con el balón. Ven, ¡siéntate! Juguemos a la murga.

Desde niño había entendido lo que la música significaba para su
padre, y cómo le gustaba recordar los momentos que compartió con
la negra cumbiambera que los abandonó.

La ausencia de su madre, le traería recelo hacia las mujeres, desconfianza. Pero el amor que
su padre recordaba, a pesar de las lágrimas, no podía ser señal de
otra cosa que uno de los sentimientos más profundos y
agridulces que se pudiesen sentir.

Sos la musa minusa que me trae inspiración.
Yo te juro que no dejo mi tambor.
Por que verte morocha es tan linda sensación.
Sólo toco para que bailes vos....

Esa estrofa la escuchaba todas las tardes y cada repicar del
tambor lo empujaba a la aventura de buscar...
"Borocotó-borocotó-borocotó-chaschás", esas fueron sus primeras
palabras.

La conoció en el primer ensayo, y toda su vida se
lamentaría haber llegado tarde. No porque le costó semanas ganar
la confianza de sus compañeros de murga, sino porque creyó que si
no hubiera llegado en el momento justo en el que ella ensayaba su
baile, no estaría aún recordándola.

Una semana de miradas entre tambores, repiques, telas de colores,
coreografías y algunas copas le bastaron para romper el silencio,
y sabiendo que ella moría de ganas por aprender a tocar el
tambor...
-Borocotó-borocotó-borocotó-chaschás. Ese es el ritmo que hay que
mantener.
Lo miró, sonrió. Si el baile lo conquistó eternamente, esos gestos
lo condenaron.

Ella no era morena como la mujer que su padre lloraba sino que
tenía una tez más blanca, amplios ojos verdes, cejas que sin ser
abundantes eran un marco ideal, finos labios rosados y un hermoso
pelo castaño oscuro.

El rostro agradecido por el concejo comenzó a alejarse. Nunca
conseguiría quitarle una palabra. Washington era el líder de la
murga y pareja de la murguera de ojos verdes, y desde aquel día
que Tico llegó tarde al ensayo de la murga "El León de Montevideo",
se la tenían junada.

¡Qué jugador Enzo! ¿Se retirará en el Wanderers? Tico escuchaba las
exclamaciones de su padre en el camino de vuelta desde el bar
donde habían visto un partido de River Plate. No era el camino más
corto, pero le pareció conveniente hacer unas cuadras más para
pasar por el galpón de ensayos en busca de alguna novedad.

Efectivamente, la puerta del galpón estaba abierta pero en el
interior sonaba un sólo instrumento, su tambor, y era acompañado
por una voz de sirena:
-Borocotó-borocotó-borocotó-chaschás- intentaba la murguera.
-Y salgo todas las noches. Y siempre vuelvo mareado. Aunque más me
marea la sal, de tu cuerpo sensual junto a mí
- improvisó Tico.

Lo miró espantada. Por un momento, Tico pensó que no estaban solos
y que Washington podía haber escuchado el piropo. Pero el espanto
fue sólo susto y rápido se transformó en sonrisa. La sonrisa se
partió en dos cuando ella apoyó un dedo en señal de silencio.

Tico tomó la servilleta del bar, donde había anotado las
estadísticas del 9 de River, escribió algo sobre ella y la posó
sobre el parche de su tambor antes de darse vuelta y seguir el
camino que había interrumpido.

Al día siguiente, era el primer día de carnaval y la murga "El
León" era una más del medio centenar que desfilarían por
Montevideo. Los nervios de Tico no estaban ligados a su música
sino a la respuesta del mensaje que esperaba encontrar junto a su
tambor.

"No me busques porque yo nunca te pedí que lo hagas".

Partió la base de su instrumento contra el piso para mostrar que
él no iba a salir a festejar nada, no podía tocar con alegría y
para melancolía ya había visto a su padre.

Se acercó, pensó que le podía transmitir toda su bronca con una
mirada como ella lo hacía con la alegría. Pero quedarse callado era
seguirle el juego...

-Yo andaba sin buscarte, pero sabía que andaba para encontrarte-
sentenció Tico y partió.

Con la alegría de las murgas de fondo, Tico se sentó frente al mar
y siguió ahí cuando apareció la luna. No pudo evitar pensar que el
sabor de la sal que se le acumulaba en los labios, podía ser el
mismo que tenía la murguera después de bailar bajo el sol de
febrero.

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Las citas en cursiva son autoría de la Bersuit Vergarabat (fragmentos de las letras Negra Murguera y Grasun) y la adaptación de una frase de Rayuela, de Julio Cortázar, la última.

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