4.04.2008


Pasa a uno, a dos, a tres, no lo va a para ni el arquero. Su salto
se va a inmortalizar como el grito de Víctor Hugo. Mi madre me
retuvo un mes más en su panza, no lo pude ver, pero la onda corta
paso a través de la placenta, y si hoy lo vuelvo a escuchar
todavía me emociono.

La pieza está oscura porque hace ya cuatro horas que me mandaron a
dormir, pero para eso después de cerrar los ojos hay que reposar,
quedar suspendido quien sabe donde y yo no puedo. Tengo los ojos
cerrados y no me animo a abrirlos por que le tengo miedo a la oscuridad. Entonces lo único que reposo es mí oído en un microfonito por donde un loco, despierto como yo,
me acompaña y me cuenta historias al oído mientras sostengo
fuerte, con las manos transpiradas, el receptor. Cada tanto buscó
el rodillito para que el loco me hable más fuerte o para
cambiar de loco.

A los chicos no nos dejan salir con la luna, no la conocemos sino por una ventana o de la mano de nuestros padres. Más la recuerdo entrando por mi ventana e iluminando la cama, porque apagué la luz para viajar por Londres buscando a Jack "el destripador", sí, salí de noche. Esta no es la primera vez que lo hago, ya anduve por Grecia y discutí con Zeus, anduve por Francia y me enteré de los amoríos de Luis XIV. Un día, una noche mejor dicho, mi viejo me encontró en uno de mis viajes nocturnos y en un tono innegociable me dijo que lo tenía prohibido. Le dije que era culpa del "Negro" Dolina. Pobre "Negro", encima le eché la culpa.

Cuando uno es joven rechaza lo arcaico, lo antiguo por la antagonía misma, por la incompatibilidad de lo que está naciendo y lo que está dejando de ser, no hay mucho en común. Pero esta, aunque ya estaba verde, era suave, tenía un traje de cuero, una manija que te invitaba a que la lleves de paseo, y una voz un poco ronca, un tanto grave. Se llama Spica y la abuela que sabía que algún día la iba a entender, la conservó para que la disfrute.

Lo gritó bajito como si yo, que estoy pegado ahí al lado, no lo fuera a escuchar, lo grito bajito para que no me duela pero me dolió igual. Sin embargo, no me despegó me tiene atrapado. Avanzamos, vamos para adelante sin arrugar y nos paran con una plancha. Le pido que reclame la tarjeta, pero no me escucha. Ta...ta...ta... nada; go...lpe de aire; tiro el centrooo... saqué de arco. Los tenemos, aunque parece que no pasamos mas de tres cuarto de cancha desde que nos hicieron el gol, sé que los tenemos. Grita, le tiembla la voz, se emociona, felicita al equipo por la entrega. No alcanzó, perdimos. Apago la grisecita que ya no es cábala, pero es lo que me dejó el abuelo. A la noche, lo veo por Fútbol de Primera. Fuimos un fiasco, ellos hicieron el gol, se metieron atrás y no corrieron riesgo de perder los tres puntos. No escuché más Am 222 “la radio Tripera”, me lo pidió el médico, que aunque era un pincharrata detestable, tenía razón.

Al costado de la cama de la abuela, al costado de la cama de mi papá, al costado de la ruta mientras pesco con mi tío. Nunca en primer plano, sé que no le gustaría porque detesta la televisión. Siempre al costadito, acompañando, transmitiendo ilusiones, sueños, buenas o malas noticias, pero siempre fiel compañera.

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