4.22.2008


Clo, cló, clóo. Cloqueaban las gallinas y el murmullo atravesaba la ventana que daba del extenso patio a la cocina-comedor.

Ay, no sabés viejo... Alicia, otra vez, se me llevó el último morrón. Yo sé, que ella no lo necesitaba, pero me escuchó en la panadería sobre salsita que quería hacer para hoy; y la muy turra salió corriendo a la verdulería para comprar los pocos morrones que trae el amarrete de Armando...

Su esposo, un hombre robusto que trabajaba hace 40 años en la misma fábrica y tuvo 4 hijos con su mujer que lo acompaña hace 45, comenzó a lustrar sus botas sigilosamente.

El murmullo continuaba: Yo la conozco a ésa. A parte de sacarme los últimos morrones, fue a putanearle a Armandito. Ella sabe que él fue mi novio, claro, cómo no lo va a saber, si me lo envidio siempre... Y después, se crispo de odio cuando te enganche a vos viejito...

Pasó a la otra bota. Eran las botas del trabajo, de cuero resistente y con punta de acero. Ideales, también, para entrar al gallinero.

Ca, cá, raca, cá. Cacareaban, ésas que no saben volar más allá, para alejarse de la mierda que las rodea, y cómo eligen por el color, no se animan a lo que pinta de otra manera.

Viejito... vos sabés que yo te quiero, que sos el amor de mi vida, pero esa turra... Mirá! Me da bronca lo que hace...

Se levantó, empujó hacia afuera, un tironcito para arriba y por último, otro suave hacia él, para que la vieja puerta de madera deje paso libre hacia el parque. Las botas, entraron al gallinero y si hay botas... la paz escasea. Revuelos por doquier, plumas en la boca, en los ojos. Igual, tac! la agarró de las patas, cló, clóo,ca,cá,raca,clo,cló, el grito se multiplicó por veintenas, reconociendo lo justo del reclamo.

Clóc, sonó la cabeza contra la punta de metal, luego de que las patas firmes sirvieran para un preciso balanceo.

El menor de los cuatro hijos, se levantó por el olor al tuco, sin morrones, de su madre, y por el de la gallina a la cazuela de su padre. Con la mesa puesta, abrió la puerta de su pieza para ver el beso de reconciliación de los verteranos.

Algunos cobardes sólo tienen matar como valor, dijo el muchacho, antes de sentarse a comer con la infeliz pareja.

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