4.24.2008

Tus ojos y después...


Apoyado en una de las puertas del subte descargaba su peso, el de su mochila y el de sus obligaciones semanales. Algunos días, deseaba que el cartel que advertía el peligro de caerse ante un accidental abrir de la puerta, fuese cierto. Él es atlético y se salvaría, pero sus obligaciones semanales quedarían muertas en las vías.

A segundos de abandonar la formación, un par de ojos le robaron los suyos proponiéndole un duelo que no había buscado, por eso lo terminó sin remordimientos. Pero, le quedó dando vueltas un problema de fin de semana, un problema de amigos con cerveza: cómo dar el siguiente paso, luego de que la batalla de miradas ya está claramente declarada y sin una dama o un caballero como vencedor. Lo archivó, para plantearlo como un nuevo caso a debatir.

Luego de la combinación de líneas subterráneas quedó nuevamente contra la puerta, ya sin tanto cansancio, tras realizar la última obligación del día. Esta vez se apoyo en la puerta porque el coche estaba repleto y no podía avanzar hacia otro lado.

Un cuerpo pegado al otro, cuerpos con olor, de ropas desalineadas, de ropas cansadas de un día de trabajo, caras poco amigables y todas con barba, bigote, sombra, nada femenino.

Una sola figura, una sola silueta para ver en el vagón y justo estaba de espaldas, lo que no le impidió observar la tenue luz resaltando la textura de la piel que mostraba con el hombro descubierto. La misma luz le permitía observar el rostro reflejado en uno de los mojones de vidrio de la puerta, que siempre amenaza.

Parece que ese rostro empalideció, porque repentinamente el clima tenso se cortó y todos abrieron un pasillo para que la señorita llegará al asiento que un barba le cedió, y sin malas caras dejaron que un sombra se hiciera pasar por médico, y le ofreciera unos caramelos. Sólo pa´chamullarla, pensaron todos.

El tren terminó el recorrido, un minuto después y ella se paró, les dijo gracias a todos y se fue caminando como si nada. Turra, sabía que todos la mirábamos, la pensábamos, buscábamos el momento, la oportunidad... se nos rió a todos en la cara.

Del subte, al tren, del tren al bondi. Última escala, y último desafío: hace siete años que no la veía, la última vez, en bikini; ahora con una pinta de oficinista que le despertaba los mismos morbos. No sabía si ella también lo había reconocido, pero decidió tomar otra línea de ómnibus para viajar con ella, decidió hacer de cuenta que buscaba monedas para que ella se adelante en la fila y ver si elegía un asiento doble o uno simple que liquidará el asunto.

Cuando le paso por al lado le sintió el perfume y olió verano. Cuando levantó la cabeza, ya con el boleto en mano, ella estaba en el último doble de la unidad, ocupando el asiento del lado de la ventana. El plan resultó. El asiento del pasillo está libre, logró ver como lo espió detrás del mechón rubio que le cubría parte de su rostro.

Una desgracia lo del plan. Otra vez, no supo dar el paso luego de una batalla de miradas declarada. Pasó de largo el asiento y su oportunidad para acomodarse, incómodo, en la fila trasera del colectivo.

Cruzaron algunas miradas más, miradas en off-side. Maldijo todo el viaje. Cuando ella se paró para tocar el timbre, sintió la necesidad de bajar y seguirla hasta su casa.

-Nadia...Nidia, ése es tu nombre, ¿No? No te asustes, nos conocemos de los veranos en la pileta del club, nunca te hablé pero intenté convencer a tu primo para que me haga la gamba. Así podría haber empezado la conversación.

No lo hizo, no lo hubiese hecho. La podría haber seguido caminando atrás, podría haberse convencido de hacer todo lo necesario para lograr el contacto. Excusas. No se animó. Quizá la próxima vez, quizá se anime, quizá para entonces hayan cambiando los parámetros culturales y ella puede dar el primer paso.

A veces, pensaba excusas más filosóficas: "Idealizó a las mujeres como si fueran ángeles", se repetía. A veces, rompía con esa mentira como quien se cansa de estar arrodillado rezando y, sin ver resultados, sale a pelearla.

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